Sangrar es sudar tinta caliente

Hoy me corté la oreja.
Pensaba en la velocidad y la oscuridad equilibrándome en un juego para quedar suspendido y volar de un lugar a otro, cuando al llegar al final de la línea no solté a tiempo el soporte ese y se devolvió contra mi cabeza.
El sonido que escuché fue como el martillo de un bombo dando justo en mi oreja.
Luego reí. Lo encontré naturalmente gracioso, cómo no.
Pasos más allá, el dolor. Ese dolor frío y grave que en realidad no duele sino anestesia.
Y el calor de la sangre. El que corre y tiñe la ropa, pero antes exagera lo que pasó.

Caminar sangrando por la calle puede ser cosa de todos los días. Otras veces es algo especial, un accidente.

Por varias cuadras caminamos mientras mi oreja goteaba pintándome el cuello de la chaqueta.
Me puse un papel para evitar mancharme.
Me manché igual.

Ahora trataré de dormir un rato, los golpes siempre me bajan el ritmo y el ánimo, me dejan pensando, no sé exactamente qué pasa, pero creo que la conciencia del cuerpo por medio del dolor es despertar temprano y no tener nada que hacer.
Y algo te pide atención.
Como intentar salir de la casa y no poder hacerlo porque sientes que algo se te queda o te falta.
Intentar salir no funciona y lo único que quiere uno es estar dentro. Refugiarse. Quedar guardado mientras para el sangramiento.
Con una herida abierta lo mejor es acostarse y dejar de dar vueltas.
Hacerle caso al instinto.
Abandonar pensar.